Pero la fe no es pasiva. Requiere un cambio de corazón, un arrepentimiento genuino de nuestros pecados (Romanos 10:1). Debemos reconocer nuestra necesidad de un Salvador, nuestra incapacidad de alcanzar la justicia divina por nuestros propios medios. Como dice Romanos 12:1-2: "Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta." Este llamado a la transformación interna es crucial para vivir una vida que agrade a Dios.