Hermanos y hermanas en Cristo, el camino al pecado comienza con la concupiscencia, ese deseo descontrolado que anida en nuestros corazones. Santiago 1:14-15 nos advierte: "sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, produce la muerte."
Este deseo, a menudo disfrazado como algo inocente o incluso deseable, nos separa de Dios. Rompe la comunión con el Espíritu Santo y nos ciega a la verdad divina. Es una lucha constante, como Pablo describe en Romanos 7:23: "Porque veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros."