La concupiscencia, según las Escrituras, no es simplemente un deseo intenso, sino una inclinación pecaminosa inherente a nuestra naturaleza caída. Romanos 7:7-8 nos dice: "¿Qué diremos, pues? ¿Hay injusticia en Dios? De ningún modo. Porque él dice a Moisés: Tendré misericordia del que tendré misericordia, y me compadeceré del que me compadeceré. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia." Este pasaje nos muestra que nuestro deseo natural se inclina hacia el mal, aun antes de que actuemos sobre él. Es una fuerza poderosa que nos aleja de Dios.
Santiago 1:14-15 nos advierte: "Pero cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte."