Hermanos y hermanas en Cristo, recordemos las palabras del profeta Isaías: "¡Oh, vosotros todos los sedientos, venid a las aguas; y los que no tenéis dinero, venid, comprad y comed! Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche." (Isaías 55:1). Dios, en Su infinita misericordia, prepara el terreno de nuestros corazones, ablandando la tierra dura de nuestros pecados a través de Su amor y gracia. Es un proceso de santificación, de purificación, donde Él quita lo que nos estorba para que podamos recibir Su palabra, como un labrador que prepara la tierra para la siembra.
Este proceso, a menudo doloroso, involucra la poda, la eliminación de aquello que no es de Él, para que podamos dar fruto abundante. Como dice Juan 15:2: "Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto". La labranza de Dios no es para destruirnos, sino para hacernos crecer en Él.