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Labranza de Dios y Edificio de Dios: Un Estudio Bíblico

Labranza de Dios y Edificio de Dios: Un Estudio Bíblico
La Labranza Divina: Preparación del Suelo
Hermanos y hermanas en Cristo, recordemos las palabras del profeta Isaías: "¡Oh, vosotros todos los sedientos, venid a las aguas; y los que no tenéis dinero, venid, comprad y comed! Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche." (Isaías 55:1). Dios, en Su infinita misericordia, prepara el terreno de nuestros corazones, ablandando la tierra dura de nuestros pecados a través de Su amor y gracia. Es un proceso de santificación, de purificación, donde Él quita lo que nos estorba para que podamos recibir Su palabra, como un labrador que prepara la tierra para la siembra.
Este proceso, a menudo doloroso, involucra la poda, la eliminación de aquello que no es de Él, para que podamos dar fruto abundante. Como dice Juan 15:2: "Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto". La labranza de Dios no es para destruirnos, sino para hacernos crecer en Él.
El Edificio de Dios: Una Construcción Sagrada
Una vez que el terreno de nuestros corazones está preparado, Dios comienza Su obra de construcción. Somos piedras vivas, como dice 1 Pedro 2:5: "vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual, sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo." Él nos edifica, uno a uno, en su iglesia, el cuerpo de Cristo.
Este edificio no se basa en nuestra propia fuerza o sabiduría, sino en la sólida roca que es Jesucristo, la piedra angular (Efesios 2:20). Cada creyente, con sus dones y talentos únicos, contribuye a la belleza y fortaleza de este edificio espiritual. Debemos esforzarnos por ser piedras bien pulidas, edificando unos a otros en amor y fe, tal como nos enseña el apóstol Pablo en 1 Corintios 3:9: "Porque somos colaboradores de Dios, y vosotros sois la heredad de Dios."
No olvidemos que la obra de Dios es progresiva. Es un proceso continuo de labranza y edificación, de purificación y crecimiento en gracia, hasta que lleguemos a la plena estatura de Cristo.
En conclusión, hermanos, reconozcamos la obra de Dios en nuestras vidas. Permitamos que Él labore en nuestros corazones, preparando el terreno para que Su Espíritu pueda edificar en nosotros una morada digna de Su presencia. Seamos piedras vivas, unidas en amor, construyendo juntos el magnífico edificio de la Iglesia de Cristo, para la gloria de Dios. Amén.
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