A lo largo de la historia de Israel, la Biblia nos muestra repetidamente las consecuencias de la desobediencia a Dios. La nación, a pesar de las promesas y el favor divino, sufrió juicios por su infidelidad. El exilio babilónico, por ejemplo, fue un resultado directo de su rebelión contra los mandamientos de Dios (2 Crónicas 36:15-21). Dios, en su amor, disciplina a sus hijos, como un padre a sus hijos (Hebreos 12:6). Esta disciplina, aunque dolorosa, es para nuestra corrección y purificación.