El altar debía ser construido de madera de acacia, cubierta de oro puro, representando la pureza y la santidad requeridas para acercarse a la presencia divina. Las medidas exactas, un codo de largo, un codo de ancho y dos codos de alto (Éxodo 30:1-2), no eran arbitrarias, sino simbólicas, destacando la precisión y el orden que Dios demanda en nuestra adoración. Sus cuernos, también de oro, servían como punto de contacto para la sangre de los sacrificios, símbolo de la propiciación por el pecado.