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El Camino a la Vida Eterna

El Camino a la Vida Eterna
I. El Reconocimiento de Nuestra Necesidad
Todos hemos pecado y estamos destituidos de la gloria de Dios. Romanos 3:23 dice: "por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios". Este pecado nos separa de Dios, nuestro Creador, y nos condena a la muerte eterna. Sin la intervención divina, no hay esperanza.
II. La Fe en Jesucristo
La buena noticia es que Dios, en su infinito amor, proveyó un camino para la reconciliación. Juan 3:16 declara: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna." La fe en Jesús, su muerte en la cruz por nuestros pecados y su resurrección, es el único camino a la vida eterna. No se trata de obras, sino de gracia.
Aceptar a Jesús como Señor y Salvador significa arrepentirse de nuestros pecados y entregarnos completamente a Él. Hechos 16:31 nos dice: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa". Este es un acto de fe, una decisión consciente de confiar en el sacrificio de Cristo.
III. La Obediencia a la Palabra de Dios
La fe genuina se manifiesta en la obediencia. Juan 14:15: "Si me amáis, guardad mis mandamientos". Seguir a Cristo implica vivir una vida que le agrade, amando a Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza, y amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22:37-40). Esto no es para ganarnos la salvación, sino como una respuesta natural al amor que hemos recibido.
IV. La Perseverancia en la Fe
El camino de la fe no siempre es fácil. Habrá pruebas y tentaciones, pero Dios promete estar con nosotros. Hebreos 12:1-2 nos exhorta: "Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, desechando todo peso, y el pecado que nos asedia, corramos con paciencia la carrera que nos es propuesta,". Perseverar en nuestra fe hasta el fin es crucial para recibir la vida eterna.
En resumen, el camino a la vida eterna es un viaje de fe, arrepentimiento y obediencia. Comienza con el reconocimiento de nuestra necesidad de un Salvador, continúa con la aceptación de Jesucristo como nuestro Señor y termina con una vida de entrega y servicio a Él. No es un camino fácil, pero la recompensa?la vida eterna en la presencia de Dios?vale infinitamente la pena.
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