El amor a Dios, la piedra angular de nuestra fe, se manifiesta en la obediencia a Sus mandamientos y en la búsqueda constante de Su voluntad. No es un amor pasivo, sino activo, expresado en oración, adoración, y un compromiso inquebrantable con Su palabra.
El amor al prójimo, extensión natural del amor a Dios, trasciende las barreras culturales, sociales y económicas. Abraza a todos, incluyendo a los enemigos, reflejando el sacrificio de Cristo en la cruz.