Hermanos, la verdadera adoración no es una dicotomía entre espíritu y verdad, sino una hermosa unidad. El Espíritu Santo nos guía a la verdad, iluminando nuestro entendimiento de las Escrituras y transformando nuestros corazones. Cuando adoramos en espíritu y en verdad, nuestro espíritu se une a Dios en una comunión íntima y nuestra vida refleja la verdad de su palabra. Así, nuestra adoración se vuelve un acto de amor, gratitud y obediencia, agradable a los ojos del Padre Celestial (1 Corintios 10:31).