La disciplina es esencial, pero debe administrarse con sabiduría y amor. Hebreos 12:11 nos recuerda: "Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados." La disciplina no debe ser vengativa ni cruel, sino correctiva y orientada al crecimiento espiritual y moral del niño. Debemos buscar la corrección, no el castigo, guiando al niño con paciencia y comprensión, imitando la paciencia divina que describe 2 Pedro 3:9: "No retarda el Señor su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento."