El profeta Habacuc, ante la inminente destrucción de Judá y la aparente inacción de Dios, clama en oración. Su angustia es palpable, pero su fe, aunque probada, permanece firme. En Habacuc 3:18, encontramos la culminación de su experiencia, una declaración de fe que resuena a través de los siglos: "Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas del redil, y no haya vacas en los corrales;". Este versículo describe un escenario de devastación total, una sequía espiritual y material que amenaza con destruir todo.