A pesar de las posibles adversidades que puedan rodear al creyente, el salmista no se deja vencer por el miedo. Él declara: "Cuando se juntaron contra mí los malignos, para comer mi carne, mis angustiadores y mis enemigos, ellos tropezaron y cayeron." (Salmo 27:2). Aquí se describe una situación de amenaza real, pero la fe del salmista permanece inquebrantable. Su confianza no reside en su propia fuerza o habilidad, sino en la protección y el juicio de Dios, quien hace caer a sus enemigos. Esta no es una promesa de ausencia de problemas, sino una promesa de victoria a través de las pruebas.