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Ciudadanía en los Cielos: Una Herencia Celestial

Ciudadanía en los Cielos: Una Herencia Celestial
Nuestra Antigua y Nueva Ciudadanía
Hermanos y hermanas en Cristo, la Escritura nos revela una verdad trascendental: poseemos una doble ciudadanía. Somos ciudadanos de este mundo, sujetos a sus leyes y a sus limitaciones. Pero, por la gracia de Dios y a través de la fe en Jesucristo, también somos ciudadanos de un reino eterno, un reino celestial sin fin.
Pablo, en Filipenses 3:20, nos recuerda: ?Pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo?. Esta declaración no es una mera aspiración, sino una realidad presente, una identidad que debemos abrazar con júbilo y responsabilidad.
Las Responsabilidades de Nuestra Ciudadanía Celestial
Esta ciudadanía celestial no nos exime de nuestras responsabilidades terrenales. Al contrario, nos llama a una vida transformada, a ser luz en medio de las tinieblas, sal y luz en un mundo necesitado del amor de Dios.
Debemos ser embajadores del Reino, reflejo de la gracia y el amor de nuestro Salvador. Nuestras acciones, palabras y decisiones deben honrar a Aquel cuya ciudadanía celestial compartimos.
Recordemos las palabras de Mateo 5:16: ?Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos?. Nuestra ciudadanía celestial se manifiesta en nuestra vida diaria.
La Esperanza de Nuestra Futura Gloria
Aunque nuestra ciudadanía celestial es una realidad presente, la plena expresión de esta herencia se manifestará en su totalidad en la vida eterna. Es una esperanza viva que nos sostiene en medio de las pruebas y tribulaciones de este mundo.
El apóstol Juan nos ofrece una hermosa visión de esta ciudad celestial en Apocalipsis 21: ?Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más?. Esta es nuestra herencia, la esperanza de una ciudad sin lágrimas, sin dolor, ni muerte.
Así pues, hermanos, recordemos nuestra elevada posición como ciudadanos del cielo. Vivamos a la altura de esta vocación, dejando que la luz de Cristo brille a través de nosotros, para que el mundo pueda ver la gloria de nuestro Padre Celestial y anhele la misma ciudadanía que nosotros disfrutamos. Amén.
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