La aflicción, aunque dolorosa, a menudo sirve como un crisol que refina nuestra fe, revelando la autenticidad de nuestra devoción a Dios. A través de las pruebas, nuestra dependencia de Él se fortalece, y nuestra confianza en Su providencia se afianza. Recuerda a Job, cuya fe inquebrantable, aun en medio de la inmensa pérdida, glorificó a Dios.