Hermanos y hermanas en Cristo, el llamado de Dios no es algo que merezcamos, sino un acto soberano de su gracia. Él nos elige, como dice Efesios 1:4-5: " según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor". No se basa en nuestras capacidades o méritos, sino en su infinita misericordia y amor. Es un llamado a la santidad y a una vida dedicada a su servicio.
Responder a este llamado implica obediencia, como vemos en la vida de Abraham en Génesis 12:1-3: "Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra." La obediencia, aun cuando no entendamos completamente el camino, es fundamental para experimentar la bendición de Dios.