Desde el principio, Dios estableció el principio del diezmo como una forma de reconocer Su soberanía y provisión. Levítico 27:30 dice: "Y todo diezmo de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles, es del Señor; es cosa santa para el Señor". Este pasaje claramente establece la santidad y la pertenencia del diezmo a Dios. No era una sugerencia, sino un mandato divino para el pueblo de Israel.
Malaquías 3:8-10 nos advierte sobre las consecuencias de retener el diezmo: "¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En los diezmos y en las primicias. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado. Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde."