Pero, gracias a la obra redentora de Jesús, nuestra identidad es radicalmente transformada. Gálatas 2:20 declara: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí". En Cristo, no somos definidos por nuestros errores pasados o nuestras limitaciones presentes, sino por la gracia inmerecida y el amor infinito de Dios. Somos hijos e hijas de Dios, herederos del Reino (Romanos 8:17).