La salvación no es un punto final, sino un nuevo comienzo. Al recibir a Cristo, recibimos el poder del Espíritu Santo para vivir una vida que agrada a Dios (Gálatas 5:22-23). Esto no significa que seremos perfectos, pero sí que estaremos comprometidos a crecer en santidad, luchando contra el pecado y buscando la justicia de Dios en nuestras vidas. Hebreos 12:1 nos exhorta: "Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante,"