Hermanos y hermanas, la pregunta de cómo presentarnos ante Dios es fundamental para nuestra vida espiritual. No podemos acercarnos a la santidad de Dios con presunción, sino con un corazón contrito y humilde. El salmista declara: "Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me abriste los oídos; holocausto y expiación no demandaste. Entonces dije: He aquí que vengo; en el rollo del libro está escrito de mí. Para hacer tu voluntad, oh Dios mío, me deleito; y tu ley está en medio de mi corazón" (Salmo 40:6-8). Nuestra presentación ante Dios no se basa en nuestras obras, sino en la fe en la obra consumada de Jesucristo.
El camino hacia la aceptación divina comienza con el reconocimiento de nuestra necesidad de Él. "Porque todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23). Reconocer nuestra fragilidad y dependencia es crucial para una genuina aproximación a Dios. La humildad precede a la gracia divina.