El pecado, en su esencia, es engañoso (Hebreos 3:13). Nos promete placer y satisfacción momentáneos, pero finalmente nos conduce a la destrucción. Creemos que podemos ocultarlo, que nadie lo descubrirá, pero Dios, que conoce el pensamiento y el corazón (1 Samuel 16:7), lo ve todo. Es una ilusión pensar que podemos escapar de las consecuencias de nuestras acciones.