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La Salvación: Un Don Inmerecido de Dios

La Salvación: Un Don Inmerecido de Dios
La Naturaleza del Pecado
Hermanos y hermanas, todos hemos pecado y estamos destituidos de la gloria de Dios, como declara Romanos 3:23: "Porque todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios". Este pecado nos separa de una relación santa con nuestro Creador, creando una brecha insalvable por nuestras propias fuerzas.
El salario del pecado es muerte, como se afirma en Romanos 6:23: "Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro." Esta muerte no es solo física, sino también espiritual, una separación eterna de Dios.
La Gracia Redentora de Cristo
Pero alabemos a Dios, porque su amor por nosotros es tan inmenso que envió a su único Hijo, Jesucristo, para morir en la cruz por nuestros pecados. Como dice 1 Juan 4:10: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados."
Jesucristo cargó con el peso de nuestros pecados, pagando la deuda que nosotros no podíamos pagar. Su sacrificio en la cruz es la base de nuestra salvación, un acto de gracia inmerecida, un regalo gratuito ofrecido a todos los que creen.
Juan 3:16 nos dice: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna."
La Aceptación de la Salvación
La salvación no se gana por obras, sino que se recibe por fe. Efesios 2:8-9 declara: "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe."
Arrepentirse de nuestros pecados y creer en el sacrificio de Jesús es el primer paso. Este arrepentimiento implica un cambio de corazón y mente, un giro hacia Dios. Es reconocer nuestra necesidad de un Salvador y confiar plenamente en la obra redentora de Cristo.
Al aceptar a Cristo como nuestro Señor y Salvador, recibimos el perdón de nuestros pecados y la promesa de la vida eterna. Nos convertimos en hijos de Dios, herederos de su reino.
Hermanos y hermanas, la salvación es un regalo precioso, un don inmerecido que solo se puede recibir a través de la fe en Jesucristo. No esperemos más, acerquémonos a Dios con corazones humildes y arrepentidos, y recibamos la vida eterna que Él nos ofrece. Amén.
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