Mateo 20 nos presenta la parábola de los trabajadores en la viña, donde el dueño contrata trabajadores a diferentes horas del día, pero al final del día paga a todos la misma cantidad. Esta parábola, aparentemente injusta a primera vista, nos revela profundas verdades sobre el servicio a Dios y al prójimo.
La narrativa nos muestra una actitud de generosidad del dueño de la viña (Dios), que no se basa en la cantidad de horas trabajadas, sino en su gracia y misericordia. Esto nos recuerda que la salvación y el favor de Dios no se basan en nuestros méritos, sino en su amor incondicional, como dice Efesios 2:8-9: "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe."
Algunos de los trabajadores que llegaron primero al trabajo se quejaron, resentidos por la equidad del pago. Su enfoque estaba en lo que *recibían* y no en el *acto de servir* en sí. Este es un ejemplo de una actitud centrada en ser servidos, buscando la recompensa antes que la entrega. Su enfoque se asemeja al fariseo que se jactaba de sus obras en Lucas 18:11-14.
En contraste, el dueño de la viña representa el corazón de Dios, quien nos llama a servir sin esperar una recompensa material. Su generosidad y su gracia nos invitan a tener un corazón de servicio, imitando el sacrificio de Cristo que nos dio la vida eterna, tal como se describe en Juan 13:13-15: "Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien; porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros."
El verdadero servicio nace del amor y la obediencia a Dios, no de una expectativa de ganancia personal. Este enfoque es ejemplificado en la vida de Jesús, quien, siendo el Señor, sirvió humildemente a sus discípulos.
La parábola nos llama a reflexionar sobre nuestra propia actitud hacia el servicio. ¿Buscamos ser servidos, o anhelamos servir a otros? ¿Nos enfocamos en la recompensa o en la satisfacción de ayudar a los demás? La verdadera alegría se encuentra en la entrega desinteresada, en imitar el ejemplo de Cristo y en vivir una vida de servicio, reconociendo la gracia inmerecida que hemos recibido. Como dice 1 Pedro 4:10: "Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios."