Hermanos y hermanas, 1 Juan 2:16 nos advierte: "Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo." Este "deseo de la carne" se refiere a los impulsos carnales, a la búsqueda incesante de placeres sensoriales, a la satisfacción inmediata de los apetitos sin considerar las consecuencias espirituales. Es una esclavitud, un yugo pesado que nos aleja del verdadero gozo que se encuentra en Cristo.
Romanos 6:12: "Por tanto, no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal, para que no obedezcáis a sus concupiscencias." No permitamos que nuestros deseos carnales nos dominen. Debemos esforzarnos por someterlos a la voluntad de Dios, mediante la oración y la búsqueda de su guía.
Gálatas 5:19-21 nos enumera las obras de la carne, incluyendo la inmoralidad sexual, la impureza, el libertinaje, la idolatría, las hechicerías, las enemistades, las disensiones, los celos, las iras, las contiendas, las discordias, las herejías, las envidias, las borracheras, los festines, y cosas semejantes.
La "codicia de los ojos" se refiere a la insaciable búsqueda de posesiones materiales, a la envidia de lo que tienen los demás, a la idolatría del éxito y la riqueza. Mateo 6:21 nos dice: "Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón." ¿Dónde está nuestro tesoro? ¿En las cosas materiales o en Cristo?
1 Timoteo 6:10: "Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores." El apego a las riquezas puede cegarnos a la verdad y alejarnos del camino de Dios. Debemos buscar la justicia y la piedad, no las riquezas.
Lucas 12:15: "Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee." La verdadera riqueza se encuentra en nuestra relación con Dios y en la generosidad que demostramos hacia los demás.