El Reino de los Cielos: Una Puerta Abierta a la Eternidad

El Reino de los Cielos no es un lugar geográfico, sino una realidad espiritual. Mateo 6:10 nos enseña a orar: "Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo." Este reino es la soberanía de Dios sobre nuestras vidas y el mundo, una realidad presente que se manifestará plenamente en la eternidad. No es algo que esperamos pasivamente; es algo en lo que participamos activamente.

La entrada al Reino de los Cielos se recibe por medio de la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios. Juan 3:3 declara: "Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios." Este "nuevo nacimiento" es una transformación espiritual, un cambio de corazón impulsado por el Espíritu Santo, que nos reconcilia con Dios. Creer en su sacrificio expiatorio en la cruz es fundamental. Romanos 10:9-10 nos dice: "que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación."

El Reino de los Cielos se caracteriza por la justicia, la paz y el gozo en el Espíritu Santo. Romanos 14:17 dice: "Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo." Vivir en este reino implica vivir en obediencia a la voluntad de Dios, buscando la reconciliación con los demás y mostrando el amor de Cristo al mundo. Es una vida transformada que refleja la gloria de Dios. Mateo 5:16 nos exhorta: "Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos."

La esperanza del Reino de los Cielos es la promesa de la vida eterna con Dios. Juan 14:3 nos asegura: "Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis." Esta esperanza nos motiva a perseverar en nuestra fe, a vivir con propósito y a compartir las buenas nuevas del Evangelio con los demás. La venida del reino está inextricablemente unida a la segunda venida de Cristo, un evento que trae la consumación de todas las cosas.