El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se regocija por la injusticia, sino que se regocija con la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. (1 Corintios 13:4-7). Estas características, tan difíciles de encontrar en un mundo egoísta, son la marca distintiva del amor que emana de nuestro Señor Jesucristo. Es un amor que perdona, que comprende, que se sacrifica por el otro, tal como Cristo se sacrificó por nosotros.