Jesús, el Rey prometido, entra en Jerusalén, cumpliendo la profecía de Zacarías 9:9: "Alégrate mucho, hija de Sion; grita de júbilo, hija de Jerusalén; mira, tu rey viene a ti, justo y victorioso, humilde y montado sobre un asno, sobre un pollino, hijo de bestia de carga." Lucas 19:38 narra la aclamación de la multitud, mostrando la expectativa mesiánica. Su entrada no fue un acto de vanidad, sino una demostración humilde de su realeza, diferente a la comprensión humana de poder terrenal.