El salmista, consciente de su propia fragilidad, encuentra consuelo en la fortaleza inmutable de Dios. Él lo compara a una roca inexpugnable, un refugio seguro en medio de la tormenta: "Tú eres mi roca y mi fortaleza; por tu nombre guiarás y me levantarás" (Salmo 61:2-3). Esta imagen resuena con la promesa de Dios a su pueblo en Deuteronomio 32:4: "La roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son justos; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad, justo y recto es él".