El Salmo 22 comienza con un grito desgarrador de abandono: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?". (Salmo 22:1). Este clamor, lejos de ser una expresión de incredulidad, refleja la profunda angustia del siervo sufriente ante la aparente ausencia de Dios. Es un reflejo de la experiencia humana de dolor y sufrimiento, donde la presencia divina parece distante.
La imagen de la soledad se intensifica con frases como: "Estoy rodeado de perros..." (Salmo 22:16), describiendo un sentimiento de aislamiento y hostilidad. Este aislamiento intensifica la sensación de abandono y desesperación.