Juan el Bautista, el precursor, no se atribuye la gloria, sino que declara claramente la identidad de Jesús: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!" (Juan 1:29). Este es un testimonio profético, que señala a Jesús como el sacrificio expiatorio por los pecados de la humanidad, como lo predijo Isaías (Isaías 53). Su testimonio no es meramente una observación, sino una proclamación inspirada por el Espíritu Santo, guiando a las multitudes hacia la verdad.