El rechazo a la Palabra de Dios, como vemos en la respuesta de los fariseos, tiene consecuencias espirituales devastadoras. Proverbios 29:1 nos advierte: "El que siendo reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado, y no habrá para él medicina." La obstinación en la incredulidad conduce a un endurecimiento del corazón, impidiendo la obra transformadora del Espíritu Santo. Isaías 6:9-10 describe un corazón insensible a la verdad: "Ve, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved bien, y no comprendáis. Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos; para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni entienda con su corazón, y se convierta, y le sea sanada." El rechazo consciente a la verdad nos lleva a una ceguera espiritual aún más profunda que la física. El resultado es la separación de Dios y la condenación eterna, como se advierte en Juan 3:18: "El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios."