Cuando predicamos con unción, el mensaje trasciende las palabras. Hay un poder que acompaña el mensaje, una convicción que penetra el corazón de los oyentes. Vemos corazones transformados, vidas restauradas y un avivamiento espiritual (Hechos 2:41). La gente no solo escucha nuestras palabras, sino que siente la presencia de Dios, experimentando su amor, su poder y su gracia. Es una predicación que no solo informa, sino que transforma. No olvidemos que el mensaje por sí solo no es suficiente; es la unción la que da vida a la palabra.