Ezequiel 22:30 revela un Dios que busca intercesores, personas que clamen a Él en favor de los demás. La oración ferviente, llena de fe y arrepentimiento, puede cambiar el curso de las naciones y de las vidas individuales (Santiago 5:16). Debemos ser como Moisés, quien intercedió por el pueblo de Israel (Éxodo 32:11-14), o Daniel, quien oró incansablemente (Daniel 6:10). La intercesión es un acto de amor, una demostración de nuestro compromiso con el reino de Dios.