Desde nuestra caída en Adán, hemos heredado una naturaleza pecaminosa, una inclinación hacia el mal inherente a nuestra carne. Romanos 7:18-20 declara: "Porque yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí."
Este versículo ilustra la lucha interna que experimentamos: el deseo de hacer lo bueno, contrastado con la fuerza del pecado que reside en nosotros. No somos simplemente imperfectos; llevamos una carga que nos inclina constantemente hacia la transgresión.