La amargura nace del corazón, un terreno fértil para la maleza del pecado. Proverbios 4:23 nos advierte: "Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida". Cuando permitimos que las heridas, las injusticias o los fracasos no sean procesados a la luz de la Palabra de Dios, se arraigan en nuestro interior, generando resentimiento y amargura.
La falta de perdón es un caldo de cultivo para la amargura. Marcos 11:25 nos exhorta: "Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas". Retener la ofensa es como llevar una carga pesada que nos consume y nos impide experimentar la libertad que Dios ofrece.