Hermanos y hermanas en Cristo, Efesios 3:18-19 nos invita a una profunda meditación sobre la inmensidad del amor de Dios. Dice: "y poder ser llenos de toda la plenitud de Dios." Esta no es una plenitud parcial, sino una plenitud absoluta, que sobrepasa nuestra capacidad de comprender. Es un amor que abarca todas las cosas, un amor que transforma y perfecciona.
Este versículo nos llama a buscar esa plenitud, a anhelarla con todo nuestro ser. No es algo que se nos da pasivamente, sino que debemos buscarla activamente en oración, en la meditación de la Palabra, y en la comunión con otros creyentes. Es un proceso continuo de crecimiento espiritual.
El versículo continúa: "para que podáis comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura,". Este pasaje describe la inmensidad del amor de Dios usando dimensiones espaciales, indicando que su amor no tiene límites. No es un amor pequeño, limitado o superficial, sino un amor vasto e ilimitado.
Comprender esta inmensidad nos capacita para comprender mejor el sacrificio de Cristo en la cruz. Su muerte no fue un simple evento histórico, sino una demostración radical del amor incondicional de Dios por la humanidad, un amor que abarca la anchura, longitud, profundidad y altura de toda la existencia.
Meditar en estas dimensiones nos lleva a la profunda gratitud y a un compromiso renovado con el servicio a Dios y al prójimo, impulsados por este inmenso amor que nos ha sido concedido. Recordemos que este amor trasciende nuestro entendimiento, pero podemos experimentarlo y ser transformados por él.