Hermanos y hermanas en Cristo, la historia de la caída de Jericó, relatada en Josué 6, nos ofrece una poderosa lección sobre la obediencia a la voluntad de Dios. Dios había prometido la tierra de Canaán al pueblo de Israel, como se declara en Génesis 15:18-21: "En aquel día Jehová hizo un convenio con Abram, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates... Y Jehová dijo a Abram: Sabe con certeza que tu descendencia será extranjera en tierra ajena, y los harán esclavos, y los afligirán cuatrocientos años. Pero también juzgaré a la nación a la cual servirán; y después de esto saldrán con gran riqueza." Esta promesa se cumplió a través de la conquista de Canaán, y Jericó, una ciudad inexpugnable, se convirtió en el primer obstáculo.
Dios, a través de Josué, dio instrucciones específicas a su pueblo. No debían confiar en su propia fuerza militar, sino en la guía divina. Josué 6:2 declara: "Y Jehová dijo a Josué: Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó, a su rey y a los hombres valientes." La obediencia a estas instrucciones, aunque parecieran extrañas y difíciles, era esencial para el éxito de la empresa.