Arrepentido y humillado, el hijo regresa a su padre, no con palabras de justificación, sino con un corazón contrito, reconociendo su error. Él se declara indigno de ser llamado hijo (Lucas 15:19), esperando el castigo merecido. Sin embargo, el Padre, que lo había estado observando con amor incondicional, lo recibe con una muestra abrumadora de misericordia y perdón (Lucas 15:20). El abrazo, el vestido, el anillo y el banquete celebran la restauración de la relación, un símbolo del amor inmerecido de Dios hacia nosotros.