No solo perdona nuestras transgresiones, sino que también redime nuestra vida de la destrucción (Salmos 103:4). Él nos corona de bondad y misericordia (Salmos 103:4) , satisfaciendo nuestra vida con bienes, renovando nuestra juventud como la del águila (Salmos 103:5). Su misericordia no se limita a un acto puntual, sino que es un fluir constante, un río inagotable que refresca nuestra alma sedienta. El salmista nos invita a contemplar la grandeza de este amor, a comprender la profundidad de su perdón y a experimentar la restauración completa que Él ofrece.