La Biblia describe la ciudad santa como "descendiendo del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido" (Apocalipsis 21:2). Imaginen la magnificencia, la belleza indescriptible, la perfecta armonía de este lugar preparado por Dios para su pueblo. Su esplendor supera toda comprensión humana. No hay más necesidad de templo, pues Dios mismo, en la persona de Cristo, habitará en medio de su pueblo. "Y no habrá más noche; y no tendrán necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos" (Apocalipsis 22:5). Una luz eterna, una presencia divina constante.