La amargura nos separa de Dios y de los demás. Impide nuestra capacidad de perdonar, un elemento esencial en la vida cristiana, como lo enseña Mateo 6:14-15: "Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas". La amargura roba la alegría, la paz y la comunión que Dios desea para nosotros. Gálatas 5:22-23 nos recuerda que el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. La amargura es incompatible con este fruto.