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La Ley: Un Espejo de la Gracia de Dios

La Ley: Un Espejo de la Gracia de Dios
La Ley como Guía y Revelación
La ley de Dios, como se encuentra en el Antiguo Testamento, no fue dada para salvarnos, sino para mostrarnos nuestra necesidad de salvación. Nos revela la santidad de Dios y la profundidad de nuestra propia pecaminosidad.
Nos enseña la diferencia entre el bien y el mal, estableciendo un estándar de justicia al cual, por naturaleza, no podemos alcanzar.
Sirvió como un tutor, preparándonos para la llegada del Mesías, apuntando hacia la necesidad de un Salvador.
La Ley y la Condena
La ley condena al transgresor, revelando la justicia de Dios y la ineludible consecuencia del pecado: la muerte espiritual y eterna.
No es una herramienta para ganar la salvación a través de obras, sino un espejo que refleja nuestra insuficiencia y nuestra desesperada necesidad de la gracia divina.
Al intentar cumplir la ley perfectamente, nos encontramos con nuestra propia fragilidad y la imposibilidad de alcanzar la perfección.
La Ley y la Gracia
La ley nos conduce a Cristo, quien cumplió perfectamente la ley en nuestro lugar, absorbiendo la pena del pecado y ofreciendo la justicia que nosotros no podemos obtener.
A través de la fe en Cristo, recibimos el perdón de nuestros pecados y la justificación por gracia, independientemente de nuestras obras.
La ley, en su propósito final, nos señala a la gracia de Dios en Jesucristo, quien nos libera de la condenación y nos ofrece la vida eterna.
En conclusión, la ley de Dios, aunque justa y santa, no es el medio para alcanzar la vida eterna. Su propósito principal es mostrar nuestra necesidad del Salvador, Jesucristo, quien, por medio de su sacrificio en la cruz, nos ofrece la gracia y el perdón que necesitamos. No es un sistema de reglas para ganar el favor de Dios, sino un camino que nos conduce a la fe en Cristo y a la experiencia transformadora de su amor y su gracia.
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