En la cruz, Jesús, sin pecado, cargó con el peso de los pecados de la humanidad. 2 Corintios 5:21 declara: "Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él". Su muerte fue un acto de amor incondicional, un sacrificio supremo que pagó el precio completo por nuestros pecados. Su resurrección confirmó la victoria sobre la muerte y el pecado, ofreciendo la promesa de vida eterna a todos los que creen (Romanos 6:23).