En Génesis 2:9 leemos: "Y Jehová Dios hizo crecer del suelo todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de la vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal." Este pasaje nos presenta el Árbol de la Vida como parte de la perfección original de la creación, un símbolo de la comunión perfecta con Dios.
La desobediencia de Adán y Eva, descrita en Génesis 3, resultó en la pérdida de este acceso al Árbol de la Vida y, por consiguiente, a la vida eterna. Fueron expulsados del Edén para que no comieran del fruto del Árbol de la Vida y vivieran para siempre en su estado caído (Génesis 3:22-24).
Sin embargo, la esperanza no se pierde. En Apocalipsis 22:2 leemos: "En medio de la calle de ella, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones."
Aquí, el Árbol de la Vida se presenta en la Nueva Jerusalén, el cielo nuevo y la tierra nueva, como un símbolo de la restauración completa y la vida eterna que Dios promete a quienes creen en Él. La promesa de sanidad y vida abundante es para todas las naciones, un testimonio del amor universal de Dios.
Apocalipsis 2:7 afirma: "El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios."
El acceso al Árbol de la Vida, a la vida eterna, no se logra por méritos propios, sino por la gracia de Dios a través de Jesucristo. Juan 3:16 declara: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna."
Cristo es el camino, la verdad y la vida (Juan 14:6). A través de su sacrificio en la cruz, Él nos reconcilia con Dios y nos abre el camino a la vida eterna, la cual es representada por el Árbol de la Vida.