El salmo 51, producto del arrepentimiento de David tras su pecado con Betsabé (2 Samuel 11), nos revela la naturaleza corrosiva del pecado oculto. David, un hombre según el corazón de Dios (1 Samuel 13:14), cayó en la tentación, cometiendo adulterio y asesinato. Su intento de esconder su transgresión, lejos de protegerlo, lo consumió en culpa y angustia.
El versículo "Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí" (Salmo 51:3), ilustra la verdad de que el pecado, aunque escondido a los ojos del mundo, no puede ocultarse de Dios. Él ve el corazón (1 Samuel 16:7) y conoce nuestras intenciones más profundas, independientemente de que las confesemos o no.