El libro de Nehemías nos muestra un ejemplo poderoso de ayuno, no como un acto vacío de ritualismo, sino como una expresión sincera de humildad y dependencia de Dios. Nehemías, al enterarse de la condición deplorable de Jerusalén, no se apresuró a actuar con su propia fuerza, sino que primero se humilló ante Dios en oración y ayuno. "Entonces me senté y lloré, y estuve en ayunas algunos días; y oré ante el Dios de los cielos" (Nehemías 1:4). Este ayuno no fue un simple acto físico, sino una profunda confesión de la necesidad de la intervención divina.