Hermanos y hermanas en Cristo, la verdadera motivación hacia Dios no reside en la búsqueda de beneficios terrenales, sino en un amor profundo y sincero, un amor que brota del corazón transformado por el Espíritu Santo. Como dice 1 Juan 4:19: "Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero". Este amor no es un sentimiento efímero, sino una decisión consciente de entregarnos completamente a su voluntad, reconociendo su soberanía y su bondad inmerecida.
Este amor nos lleva a la obediencia, no por obligación, sino por gratitud. Como declara Juan 14:15: "Si me amáis, guardad mis mandamientos". La obediencia no es un fin en sí misma, sino una expresión natural del amor que tenemos por nuestro Padre Celestial.