Jesús, antes de su ascensión, les dio una instrucción clara y concisa: "No os alejéis de Jerusalén, sino esperad la promesa del Padre, de la cual oísteis de mí;" (Hechos 1:4). Esto nos revela la importancia de la obediencia y la espera en la voluntad de Dios. La promesa no era una idea vaga o una posibilidad distante, sino una realidad inminente que requería perseverancia y fe. Esperar en el Señor implica confianza en su tiempo y en su plan perfecto. No se trataba de una espera pasiva, sino una espera activa, preparándose para recibir el don del Espíritu Santo.