El ayuno, realizado con el corazón humilde y arrepentido, nos acerca a Dios de una manera profunda e íntima. Mateo 6:6 nos exhorta: "Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro," mostrando que el ayuno no es un acto de vanagloria, sino una búsqueda sincera de la presencia divina. En la oración y el ayuno, nuestra dependencia de Dios se fortalece, y nuestra capacidad para escuchar Su voz se agudiza.