El orgullo, como hemos visto, lleva a la ruina espiritual. El orgullo nos separa de Dios y de nuestros semejantes, engendrando contiendas y divisiones (Santiago 4:6). En cambio, la humildad nos acerca a Dios y nos permite construir relaciones sanas y fructíferas. 1 Pedro 5:5 nos anima: "Igualmente, ustedes, jóvenes, sométanse a los ancianos. Revistanse todos con humildad los unos para con los otros, porque Dios resiste a los soberbios, pero concede gracia a los humildes". Dios se inclina hacia los humildes, los exalta y los bendice.